Tuesday, March 29, 2005

Artista de la inmediatez

por Beatriz Vignoli


“Gozar un solo minuto de vida inicial”, pedía en un poema Giuseppe Ungaretti. “El sabor del origen”, definía un aún no desacreditado Martin Heidegger.
Creo que un posible sinónimo de esto es “Mozart”.
“Mozart” nombra la música que nos constituye. Es un nombre propio que enuncia una cualidad, o suma de cualidades, bien modernas: levedad, melodía, alegría, inocencia, gratuidad; espíritu lúdico, un sentido que procede únicamente de la forma. Decir Mozart es aludir a un arte que no está de vuelta de nada. Un arte que es una pura voluntad de inocencia, un arte que es todo novedad; pero una novedad sólo pendiente de sí misma, que no mira –como el Jano bifronte de las vanguardias– hacia los escombros de algún otro arte dejado atrás.
Artista que formó su lenguaje a mediados del siglo veinte, intelectual de su época, testigo consciente de la fisión del átomo y –como todo argentino de su siglo– sobreviviente de momentos históricos signados por la destrucción social y económica, Hugo Padeletti (Alcorta, 1928) participa de un clima común de cansancio respecto de todo lo que sea excesivamente premeditado o denso en referencias. Es, en alguna medida, un clima de posguerra. Su mirada de artista se vuelve hacia la naturaleza, entendida no como madre según el mito romántico, sino como ejemplo de buena forma: “¡Variaciones dilectas del helecho / que a través de otros ojos, de otras fuentes, / persiste en diferentes / volutas y no cambia!” exclama en un poema dedicado a Dante Pierpaoli y significativamente titulado “Homenaje a los clásicos”.
Pero si bien hay profundas semejanzas entre ambos, es injusto hablar de sus dibujos como una mera prolongación gráfica de su poesía. La obra plástica de Padeletti es de todo menos literaria. El significado como carga que portan los signos, según el modelo hermenéutico de la obra-como-texto forjado y cultivado en el Romanticismo, cae y se desarma, no se sostiene en estas alturas tibetanas casi carentes de atmósfera. Sus dibujos son como plantas del desierto. Mis favoritos consisten en una única línea que va tanteando su forma por un puro impulso vital. Arabesco, tal fue el nombre que los artistas occidentales le dieron a esa relación casi musical con la línea. Como si hubiera hecho falta remitirse a alguna irreductible otredad –Oriente– para soportar la visión de la abstracción, esa humilde maravilla.
El dibujo, la línea, la pura forma, todo ello plasma y configura el sistema óseo del resto de las artes. O como solía decir Padeletti en sus clases de Estética en la Universidad Nacional de Rosario, citando a Walter Pater: todas las artes aspiran a la condición de la música.
Si el fondo de la música es el silencio, entonces el fondo del dibujo es el vacío. Pero tanto el silencio como el vacío, en Padeletti, son constitutivos. Esta peculiar reversibilidad entre fondo y figura es lo que permite equiparar el trazo del lápiz o de la birome de Padeletti con el rasgado o el tijeretazo que marca el contorno de sus collages. En ambos casos, como los experimentos espaciales de aquel precursor suyo no del todo reconocido que es Lucio Fontana, se trata de hendir una masa neutral preexistente: dejar una marca. Todo arte es, en el fondo, religioso y rupestre. El arte de la segunda mitad del siglo veinte ya no es más “construcción” como querían los soviéticos de la Revolución, sino que es marca, graffiti, gesto de afirmación vital sin más contenido que la voluntad de vida y de conexión con los demás seres vivientes, voluntad implícita en el gesto mismo.
El arte de Padeletti no planea nada a futuro: se da todo en un aquí y en un ahora. “Eternidad del instante” es el koan que él ha acuñado para abarcar lo esencial de su experiencia plástica: esa identificación paradójica entre lo infinitesimal del tiempo y el espacio y su infinitud. Hablamos aquí de “koan” y no de concepto porque este último implicaría la presencia de un sistema, mientras que el koan es el enunciado paradójico que sólo puede aprehenderse en simultaneidad y velocidad absolutas. Lo instantáneo, esa novedosa condición de lo industrial, también puede ser una virtud espiritual y estética.
Hay más que decir sobre tal inmediatez. Ocurre que precisamente su énfasis en la sensibilidad es lo que hace que los dibujos de Padeletti puedan guiar al espectador hacia algo así como ideas plásticas. Logran esto porque no se quedan en la seducción fascinante de lo sensible, sino que en su extrema austeridad convocan a la intuición, presentando una elemental lógica de la forma. Lo sensible se aproxima así a lo inteligible, pero no se separa de lo sensible al punto de volverse completamente intelectual, ya que no está mediado por un alfabeto semántico. Si hay algo que entender aquí, está completamente dado, completamente presente. Los signos y su grado de abstracción, que implica ausencia, son aquí innecesarios. “Las hojas tienen su propia actitud cada una”, escribió Padeletti luego de una temprana experiencia espiritual de empatía con la expresividad de las formas naturales.
Lo artístico como inseparable de lo espiritual y de lo estético, la forma como algo indisoluble respecto de una condición de la sensibilidad que constituye el fondo de verdad de la forma, el fundamento de su autenticidad: tal es la enseñanza ética que el arte de Padeletti está dispuesto a brindar a quien sepa recibirla. Quienes amamos este arte confiamos en que siga encontrando su público, y en que hoy –más que nunca– sea su momento.


Rosario, marzo de 2005


Listo. El fin del anonimato.

Monday, March 28, 2005

Padeletti

Invitación para mis amigos en Buenos Aires:
Presento junto con Jorge Monteleone el libro de Hugo Padeletti "Dibujos y Poemas 1950 - 1965" (Ancora, 2004).
Este martes (mañana, bah) en el CCEBA (ex ICI) de Florida 943, en el bizarro horario de las 18:30.
¡Nos vemos!

Sunday, March 27, 2005

Cariño, desconecté al Papa

Dos agonías: la de Juan Pablo II y la de Terri Schiavo. Los dos son católicos. Uno, de origen polaco, es considerado por millones de personas como el ministro de Dios en la Tierra; la otra es una chica norteamericana con mala suerte.
Los diarios los siguen de cerca. ¿Come? ¿Habla? ¿Puede mover una mano? Uno no abdica, y bendijo silenciosamente a la multitud en la misa de Pascua; de la otra se dice que está deshidratándose, y que sus padres ya se han dado por vencidos en sus intentos legales de hacer que la reconecten a la sonda. Todo parece indicar que pronto descansará en paz; morirá dignamente, como era su deseo según su esposo Michael. Un culebrón más (¿se acuerdan de Karen Ann Quinlan?) si no fuera por un detalle: y es que no se trata tanto de una victoria de su "viudo en vida" como de una derrota de George Bush, que había tratado de reenchufar a la pobre Terri por decreto. Alegando hipócritamente nada menos que lo sacrosanto de la vida, como si los miles de muertes indignas en Afganistán y en Irak no hubieran sucedido jamás.
Ya veníamos sensibilizados ante el tema de la eutanasia gracias a esa película plomaza pero convincente, Mar adentro, sobre Ramón Sampedro, aquel pescador gallego que se rompió el cuello y se pasó 28 años reclamando su derecho a no tener que pasar el purgatorio en vida.
Una de las numerosas notas que leí sobre el caso Schiavo (más irónicamente aún, su apellido de soltera es Schindler) habla de una generación acostumbrada a tener siempre el control de su propio destino, y que (muy sensatamente) no se va a bancar vivir como un helecho o un potus llegado el caso.
Esta generación es la de los que acabamos de entrar en la mediana edad, abandonando la omnipotencia de una juventud que para muchos de nosotros fue demasiado triunfalista, individualista, sobreexigida y presionada al éxito (es conmovedor el reportaje a Juan Forn en el Radar de hoy, donde habla de cómo una pancreatitis le hizo saber que era frágil); queremos ser libres, queremos estar bien, que nadie joda con nuestros cuerpos, por eso sospecho que en los próximos años la dignidad de la muerte y de la vida va a ser EL tema.
Son pensamientos propios para estos días en que el catolicismo conmemoró la muerte y la resurrección de Cristo: qué religión tan preocupada por los límites de la existencia humana, aborto o no aborto, eutanasia o no eutanasia; como si esto fuera nada más que un pasillo, como si no importara nada de lo del medio. ¡Cómo que no importa!
Esta vida es la única que conozco.
Prefiero no tener que enterarme demasiado tarde de que no había otra.

Saturday, March 26, 2005

Del horror: breve tratado de estética

Déivid retomó hoy una vieja pregunta que se hizo una vez en California.
¿Cómo ser, en vez de "terrorista", "horrorista"?
Intenté una respuesta.
A ver: usos políticos del horror...
Difícil. Horrorizo y listo, ya está. El horror es lúdico, es un fin en sí mismo. Fue usado por los dadaístas, sigue siendo usado por los artistas de vanguardia.
Usos políticos del terror, fácil: el terror amenaza, anticipa un daño futuro; el terror es un instrumento eficaz de extorsión. Sí, dice Déivid, pero el terror trauma. Su uso no es ético. El horror, según Déivid, hiere, pero no trauma.
¿Pero, qué es el horror? ¿Por qué hiere y no trauma? Intento una respuesta: el horror es una emoción estética, lo mismo que la belleza. Sólo que lo bello produce placer estético, mientras que lo horroroso produce goce estético. Placer, goce, en el sentido en que se usan estos términos en la teoría de Lacan.
Pero, ¿es cierto que solamente se le puede dar al horror un uso artístico?
A ver: se puede usar el montaje dialéctico. Por ejemplo: mostrar una foto de Bush haciendo el Sieg Heil, el saludo nazi. Al lado, una foto de Hitler haciendo el mismo saludo nazi. El espectador verá la analogía y tendrá que abstraer, tendrá que pensar. De lo contrario, quedará fascinado por la imagen. El recurso retórico del montaje dialéctico es la analogía, base primaria de la lógica. A través de la analogía se despierta la intuición, se corta la fascinación (que es puro afecto y nada de pensamiento), se supera el nivel sensible, se posibilita el proceso de abstracción, se ingresa al ámbito de lo inteligible, en suma: se habilita el pensamiento. Sí, hay un uso político del horror, pero siempre va a ser artístico-político. Artístico en primer lugar, porque el horror es una emoción estética, del orden de la sensibilidad; y el arte se mueve ante todo en el ámbito de lo sensible.

El horror es fascinante: seguimos hablando del horror.

Qué sano sería, plantea Déivid, si todos usáramos nuestros excrementos para hacer compost (fertilizante humano, "humanure") en vez de tirarlos al río. Claro, digo, pero eso exige un cambio cultural.
Hoy nuestros excrementos son objeto de horror. ¿Qué sería de la cultura sin un objeto de horror? Julia Kristeva, en "Les pouvoirs de l'horreur", plantea la categoría de "abyecto" como constitutiva de la cultura. Abyecto sería todo aquello que es objeto de horror. Abyecto es el desecho y también lo sagrado. El cadáver humano, desecho por excelencia, objeto de horror, reingresa en la cultura como objeto sagrado.
Pregunta entonces Déivid si puede constituirse cultura sin objetos de horror.
Temo que no. Véase Freud, "El malestar en la cultura": la cultura se funda en el horror al canibalismo y al incesto, basado a su vez en las prohibiciones de los mismos. Tales prohibiciones tienen fuerza de ley: Ley del Padre, en la teoría de Lacan. La Ley del Padre corta, interrumpe la fusión con el cuerpo de la Madre. Véase "El caso Juanito" sobre la etiología, el origen de una fobia: corte paterno mal hecho o ausente y su resultado, el fóbico, un sujeto que vive permanentemente horrorizado a fusionarse nuevamente con el cuerpo de la Madre. El melancólico, en cambio, desea eso. Déivid habla de "volver a la Naturaleza" y a mí se me ocurre que no por casualidad el peor insulto entre los argentinos de clase media alta de cuarenta años de edad, hoy, es "hippie": ¿no viste cuántos fóbicos que hay entre los hijos de los hippies? Los precursores de estos últimos, los poetas y filósofos románticos del siglo XVIII (otro libro para tirarle al interlocutor por la cabeza: "Dialéctica del iluminismo", de Theodor W. Adorno et alt.) reaccionaron contra la Revolución Industrial que entonces surgía (digo yo) de un modo patológico, melancólico, horroroso: pensaron la Naturaleza como madre, hablaban de "retorno la naturaleza" como quien dice fundámonos con el cuerpo de la Madre. Retorno, pulsión melancólica por excelencia. No dijeron que hubiera que "ir hacia" la naturaleza, avanzar hacia ella...
Decí, Déivid, "¡Volvamos a la Naturaleza!" y tu llamado va a atraer melancólicos, va a espantar a los fóbicos. Howard Hughes, pienso en Howard Hughes: su deseo de volar, su horror a no poder despegar nunca más del suelo, de la Tierra. En la película de Scorsese, "The Aviator", se vuelve fóbico del todo cuando ya no puede volar y cuando se le termina (¿Ley del Padre?) el dinero.
Un último libraco (este sí, divertido): "Microserfs" de Douglas Coupland. Sobre todo su primer capítulo, el del joven ingeniero de Microsoft que se encierra y no come y los amigos le pasan comida por debajo de la puerta. La comida no puede tener más de tres milímetros de alto, que es la medida de la luz entre el piso y la puerta. Los amigos van al supermercado armados de un calibre.

Quiero inventar una discoteca para nerds y para freaks.
Se va a llamar "Area 51". Me cuenta Déivid que ese es el nombre de la región donde se dice que están los extraterrestres custodiados por el gobierno federal de los Estados Unidos. Vamos a poner un patovica en la puerta que se parezca a Tommy Lee Jones en "Men in Black" y que sea lo suficientemente intuitivo como para dejar afuera no solamente a los normales, sino a los camaleones que se disfracen de freaks. Habrá un rincón de juegos para los nerds viejos: un TEG de cartón, con fichas de plástico; también Atari, Nintendo, etc. El salón VIP estará seguramente lleno de profesoras y traductoras de inglés, todas charlando animadamente sobre gramática; habrá, entre ellas, algunos ingenieros.
Se busca socio inversor...

Friday, March 25, 2005

M24, un día después

Ayer, 24 de marzo, era el día indicado para postear un fragmento de la entrevista que le hizo Osvaldo Soriano a Alain Rouquié y que salió publicada en la revista Humor en 1982. Un verdadero tesoro, que Déivid consiguió por un peso en el Ejército de Salvación.
Pero como a la noche teníamos nuestra primera reunión de amigos en casa, me dediqué en cambio a la otra de mis pasiones que -aparte del blog- amenaza con destruirme: el bricolage. El bricolage es a mí lo que los aviones a Howard Hughes, por las razones diametralmente opuestas: no tengo plata, o compraría las cosas ya hechas. Pero a veces me sobra tiempo, y entonces lo derrocho en tareas domésticas para las cuales carezco de toda habilidad: es que en vista de toda la ira de funcionarios públicos, dioses paganos e ineptos asalariados en general que el ejercicio de mi única destreza comprobable (escribir) ha atraído sobre mí, me tranquiliza hacer cosas para las que soy completamente inútil.
Tras tres horas de lucha desigual (desigual en perjuicio de quien suscribe) logré poner a prueba la paciencia de Déivid (quien no perdió un ápice de su cortesía norteamericana) y pergeñar una humilde alacena para la cocina a partir de unos cajones de verdura que nos quedaron de la mudanza, clavos reciclados, cinta adhesiva y martillo. Sí, porque no daba para recibir gente con todas las provisiones desparramadas, gritándonos oscuras frases como: "¡La ricota está debajo de los huevos!". Y las dos horas que me quedaron libres las tuve que dedicar a limpiar. Mientras tanto Déivid hizo las compras, preparó las brochettes, fue a la marcha convocada por H.I.J.O.S., sacó fotos, trajo una pila de volantes, y cocinó para media docena de personas, postre (¡brownies!) incluido. Un santo.
La reunión fue un éxito... o no tanto; no sabemos bien por qué los invitados se fueron todos juntos a la una de la mañana. Tal vez por el recital que mi primo Andrés y yo improvisamos con su piano y mis poemas. O porque Déivid, dejando manifestar su lado oscuro y sembrando el terror, prendió dos velas negras. Por lo demás, mi gato, Kuki Kuki Gatzilla -¡que merecería llamarse Gatsby!- se portó muy elegantemente y yo también: el fernet con Gancia que mis amigos me miraron servirme con horror no me afectó, que yo recuerde... o sí: anoche me desvelé y lavé los platos.
Cuestión que hoy tampoco voy a postear la nota a Rouquié. Tal vez mañana. Ya sufrí bastante ayer, toda la tarde, recordando cosas que inútilmente traté de idealizar o de olvidar, y que sigo sin poder contar. Como les debe pasar a tantos otros que sobrevivieron a la última dictadura militar en la Argentina. Aun (¿o especialmente?) a aquellos que no fuimos secuestrados ni torturados, ni enviados a la guerra. Siempre creímos que nuestros males eran tan poca cosa al lado de lo sufrido por los militantes políticos, que no valía la pena hablar de eso; o que simplemente "no nos había pasado nada". Como si tener un caño nueve milímetros de un milico en la jeta sólo por andar con amigos en zonas u horas prohibidas del espacio público, a los quince o dieciséis años, fuese algo normal.
Recién ahora estoy empezando a preguntarme por los efectos de haber sido adolescente en una época en que la sociedad toda, no sólo su gobierno militar e ilegítimo, demonizó a la juventud y la condenó, considerándola sencillamente asesinable, ejecutable sin juicio previo. "Ustedes quieren cambiar el mundo", me espetó una vez mi vicedirectora; atiné a responderle que por mi parte me conformaba con que el mundo no me cambiara a mí. Respuesta románticamente pelotuda, pero funcional.
Y he aquí mi epifanía (negativa) de este día: hoy me asiste la certeza de haberme pasado media vida sin lograr otra cosa más que sobrevivir en el sistema educativo. Para lo cual me bastó con aprender a escribir correctamente. Buena gramática, buena ortografía, mayúscula al comienzo, punto al final. Con magros resultados, ya que sólo completé los estudios terciarios, no los universitarios; todavía debo Escultura I, que cursé dos veces y nunca rendí.
Lo que se dice una carrera muy mal elegida.
Lo más loco de todo es que durante dos décadas alcanza con saber escribir.
Después no.
Pero uno se afina, se diversifica: aprende a traducir, gana con eso algún dinero, incursiona en diversos géneros. Con suerte y algún esfuerzo, y con la ayuda de un buen psicoanalista, al cabo de varios años hasta se aprende a hablar.
Lectores: antes de venir a decirme que no sé escribir, piensen que por mi parte opino que es casi lo único que aprendí a hacer bien. Y que después de todo, es sólo una opinión. Subjetiva, relativa, autorreferente y favorable; pero una mera opinión.
Paciencia. Cuando fuiste tachado injustamente de subversivo y de extremista a los quince, y amenazado varias veces por diversas autoridades militares y civiles -madre incluida- con ser exterminado ipso facto a causa de eso, a lo mejor se te puede perdonar que expreses alguna opinión favorable sobre vos mismo a los cuarenta.
Compensación, que le dicen.

Tuesday, March 22, 2005

nada es perfecto

Ya está. Ya le agarramos el ritmo a la rutina. Ya aprendimos que no hay que ir y volver muy seguido del centro, porque el viaje es agotador. Comprendo ahora eso que oí decir a quienes esperaban un colectivo y lo dejaban pasar: "Mejor tomo el próximo, que viene vacío". Gesto de una generosidad impensable para quien lo tomaba por veinte cuadras, no por setenta. También entiendo la sabiduría de esa frase: "Me quedo haciendo tiempo en el centro". Yo que creí que los bares se habían inventado para escapar de casa, ahora entiendo que también sirven para no tener que despegarse dos veces seguidas de un hogar demasiado dulce... y lejano.
Vamos aprendiendo. Ya sabemos dónde quedan el mejor supermercado y el Ejército de Salvación. A qué hora conviene comprar, cocinar, comer, sacar la basura. Qué ventanas cerrar para no vivir resfriados. Hasta el gato superó su estrés de los últimos días. Ya empezamos a darles nuestro nuevo número de teléfono a nuestros escasos amigos en la ciudad (que apenas si llegan a media docena en total, y encima la mitad son amigos comunes; David es extranjero pero yo no tengo excusa, nací aquí hace cuarenta años). De una sola cosa nos olvidamos: de comprar un par telefónico. Esas cositas que valen cuatro pesos y permiten no tener que desenchufar el módem para posibilitar que alguien llame por teléfono. Cuestión que hoy en mi trabajo (temporario, y me temo que más temporario aún de lo que había imaginado) la cólera alcanzaba niveles homéricos, casi de tragedia griega. Por suerte, como me tuve que quedar haciendo tiempo en el centro, me metí en una librería de saldos (¡donde el librero sabía mi nombre!) y me compré "De la tragedia" donde Sören Kierkegaard explica la diferencia entre la culpa trágica, que es una dialéctica de culpa e inocencia (o fatalidad) y la culpa ética, que implica una total responsabilidad del sujeto; frente a la culpa ética la noción de tragedia en opinión de K. es un alivio, comparable a la gracia de Dios.
Pudo ser un día perdido.
Menos mal que existen los bares.

Friday, March 18, 2005

ven a mi casa suburbana

Ya está: mesa nueva, sillas nuevas, teléfono viejo con número nuevo, PC y escritorio bien apoyados contra una pared pero no lejos del ventanal que da a la plaza, biblioteca sacada ayer de la guardería de muebles y recién lustrada, gato que acaba de llegar y se puso a explorar la casa nueva con la panza aplastada contra el piso como hacen los indios y los soldados en las películas, caños que funcionan porque llamamos al plomero anoche y vino esta mañana, compañero de casa que hoy cumple años, recién acaba de armar el tendedero en el balcón y está lavando toda su ropa... hay: sol (mucho y bueno), vecinos (viejos, llegados al barrio hace cuatro décadas, cuando eran jóvenes), verdulero (viene cada mañana a las once y media con su pick up llena de verdura fresca y su balanza, salimos los vecinos a comprarle), y tenemos: música, comida, muchas cajas llenas de libros. Falta desembalarlos.
Y a escribir la Gran Novela Americana, ahora no tengo excusas.

Wednesday, March 16, 2005

¡hooola!

A partir de mañana tenemos línea de nuevo en casa.
Como dijo la abuela malvada de los niños, "no se librarán de mí tan fácilmente"...

Sunday, March 06, 2005

de mudanza

Paz en el movimiento, alegría en la angustia: mudarse (no en fuga, mudarse con esfuerzo a la casa soñada en el barrio soñado), combina extremos de sufrimiento y de felicidad; mudarse es como un parto, como parirse a uno mismo.

Mis fuerzas restantes hoy no dieron más que para escribir esto.

Ah, y para dejar algunos comentarios por ahí.

Friday, March 04, 2005

de buena familia

Cartel visto hoy en la puerta de la panadería:

VENDO CACHORROS ROTTWEILER,
EXCELENTES PADRES.

Qué bien me imagino que los habrán criado esos padres. Deben ser perros que no apoyan los codos en la mesa al comer, son selectivos a la hora de decidir sus viandas y no incurren en el error de tratar de desayunarse a sus vecinos, ni siquiera cuando éstos pertenecen a una sobrevaluada y sabrosa especie bípeda.

Seguro que saben aritmética, son honestos, dan bien el vuelto, saludan al irse y al entrar, respetan a los mayores, en suma: gente bien nacida.

Yo solamente entré a comprar medialunas, pero medialunas no quedaban.