Tuesday, December 18, 2012

Escultura I

Re-presentar.

carcelario

filamentos

vendaval

El poema no es un lugar seguro para las palabras. Un verso es como la soga de la ropa tendida. Están ahí nomás, del otro lado de la medianera, la codicia o el desprecio de los vecinos. Las conversaciones no son lugares seguros para las palabras. Ni las novelas. Una noticia no es un lugar seguro para una palabra. Ni una reseña. Por eso empecé a juntar palabras en cajas. Las cajas de las palabras son los formularios. Un formulario parece ser un lugar, si bien provisorio y de tránsito, más seguro. 

Mis palabras se hallan en estado de exilio. Por eso las cajas. Había que llevarse las palabras de donde estaban. No era seguro. Huimos, mis palabras y mis cajas. Un diario éxtimo como este tampoco es seguro, pero por ahora puede funcionar como transporte. Voy guardando palabras.

Nos vamos.

¿Adónde? A la escultura. A donde empezó todo. Un inmigrante debe esculpir. Debe reconstruir la presencia del ser amado al que ha dejado atrás. La escultura es presencia, eso era lo que yo no podía soportar.

Toda escultura monumental es funeraria. Toda efigie es un lugarteniente. Había una vez un teniente: tenía, es decir: sostenía, como una cariátide. El teniente cayó. Es necesario un lugarteniente, alguien o algo que tenga su lugar. La efigie no es siempre sólo algo, sino que es casi alguien: el ausente retorna. Es por eso que me parecían siniestras en mi niñez las estatuas, esos volúmenes con estatura, semejantes a hombres o árboles.

Entonces, todos estaban. No faltaba nadie. Sobraban las estatuas: esas cosas oblongas, esos fantasmas sólidos que nos miraban desde los patios.

Una pintura en dos dimensiones puede evocar una presencia en la ausencia, pero una escultura, un volumen en el espacio real, es presencia. Está presente, ahí. Se erigen monumentos por los caídos para que, al menos metafóricamente, se levanten de nuevo y se pongan de pie.

La palabra erección confunde: el verbo erigir es metafórico en cuanto al pene y literal en cuanto al falo. Acá no se trata del pene, sino del falo. Una efigie, el fantasma de pie de un teniente caído: erigir es erigir un falo. 

Nadie erige un monumento a lo que tiene.

El árbol de navidad, o la cruz, cristianos o paganos, conllevan en su origen el impulso de erigir. No surge en cualquier momento, el impulso de erigir. A algo responde. La primera vez que traté de hacer una escultura, quise colgarla. Se caía. Terminé pegándola al fondo de una caja traslúcida. No es copiar al ahorcado de lo que se trata. Es aprovechar la posibilidad que brindan los materiales leves, las estructuras firmes y unos básicos saberes constructivos de una física empírica, para arquitecturar una presencia.

Mis gatos acaban de tirar abajo la primera escultura que logré. Era precaria. Un funeral precario, diríamos con Daniel Oberti que casi ha hecho suya esa frase. Es terrible eso de la poesía, uno junta dos palabras y ya con eso se hace un nombre, con eso nomás hace patria. Separar entonces las palabras, y ponerlas en cajas. O en botellas, como cartas de náufragos. Botellas al mar que contengan cada una una sola palabra.

2 Comments:

Blogger Laura Rossi said...

muy bueno!

y queda resonando...

6:46 AM  
Blogger Diana Laurencich said...

Se te extrañaba, Xenia. Mucho. Leyéndote recuerdo el por qué.

2:09 AM  

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